Había una vez un hombre saharaui que, como era costumbre, llevaba su rebaño
para venderlo en el zoco junto con otros pastores. Viajaban juntos, pero como el
rebaño de este hombre era muy grande, avanzaban despacio. Un día sus
compañeros de viaje le dijeron:
—Mientras lleves tantos corderos no podremos viajar juntos, no llegaremos nunca.
Cogió su camello y su rebaño y se fue. Anduvo y anduvo hasta que llegó a un lugar
que no estaba muy lejos de donde había partido. Atardecía ya y apareció un búho
gritando y saltando a su alrededor y el hombre le dijo:
— ¿Quieres comprarme estos corderos?
El búho dio un grito y se calló.
— ¿A qué precio los vas a comprar?
El búho respondió con otro grito.
—De acuerdo, te los vendo por este precio. De nuevo el búho contestó con un grito.
—Vendré a verte dentro de un mes.
Dio un grito por última vez y el búho se alejó volando. El hombre pasó la noche allí
y al día siguiente regresó donde estaban sus amigos, quienes al verlo le
preguntaron:
— ¿Dónde está tu rebaño? ¿Qué has hecho con él?
—Se lo vendí todo a un búho que me encontré —explicó.
— ¿Qué? —insistieron sus sorprendidos amigos.
—Pues sí, se lo he vendido a un búho,
Los amigos no creyeron nada de lo que el hombre les contaba y decidieron ir en
busca del rebaño.
— ¿Dónde vais? —les preguntó—. No encontraréis nada, ya os he dicho que se lo
vendí a un búho.
Sus amigos no hicieron caso y fueron a buscar el rebaño.
Al llegar donde estaba el búho sólo vieron los huesos y la lana. No quedaba ni un
cordero vivo y regresaron.
El día en que se cumplía un mes de la venta, montó el hombre en su camello y
partió en busca del búho.
Lo encontró en el lugar acordado y le preguntó;
— ¿Has preparado lo que me debes?
El búho gritó y empezó a volar. El hombre salió cabalgando detrás de él. Cada vez
que lo alcanzaba, levantaba el vuelo y volvía a esperar que lo alcanzase. De este
modo llegaron ante una recóndita cueva y el búho penetró en ella. El hombre
descabalgó para seguirle y lo encontró posado encima de una piedra grande y
plana. Al acercarse vio por una rendija que debajo había una tinaja llena de
monedas de oro.
El hombre la cogió y el búho se marchó volando. Empezó a contar las monedas
hasta que reunió la cantidad acordada con el búho por el rebaño. Luego, volvió a
dejar la tinaja con el resto de las monedas debajo de la piedra y se marchó.
Al llegar junto a su familia, ésta se quedó sorprendida y quiso saber dónde estaba
la cueva. El hombre les dijo;
—Yo tengo el dinero que me debía el búho. Nunca os enseñaré el lugar donde lo
encontré.
Sin embargo, no le hicieron ningún caso y, movidos por la ambición, salieron en su
busca. Pero no encontraron ni rastro de la cueva ni de la tinaja.
— ¡Qué tontos habéis sido! —les recriminó—. Aunque removierais el cielo y la tierra
jamás encontraríais ese lugar.