EL SEÑOR BÚHO

Yo nunca había visto un búho así de cerca. Claro que en los libros de primaria había muchas ilustraciones de búhos, pero de verdad nunca vi ninguno hasta que papá trajo uno a la casa.
El pobre animal tenía un ala rota y no podía volar. Triste y abochornado se escondió en un rincón de la cocina cerrando los ojos con pesadumbre… ¡me dio tanta lástima!… era un señor búho con cara de hombre inteligente que cuando abría los ojos me miraba con una fijeza apabullante como si pudiera leerme el pensamiento.
Nunca lo vi comer ni beber. No sé cómo se mantenía con vida. De noche papá lo ponía en un árbol y por las mañanas lo encontrábamos encogidito en un rincón de la cocina.
Un día supe que el señor búho intentaba volar. Me asusté muchísimo cuando saltó solito hasta el árbol, dando unos chillidos muy feos. Pero el señor búho no deseaba irse. Todos los días bajaba a su rinconcito y se quedaba allí muy quieto, con sus enormes ojos pendientes de cuanto acontecía en casa.
¡Cómo me habría gustado verlo comer!… mamá me dijo que los búhos sólo comen lo que cazan ellos mismos y esto me angustió… ¿cómo, con un ala rota, podría cazar el señor búho?… y si no cazaba seguiría sin comer… quizás se moriría.
Ayer cuando me levanté, no encontré al señor búho en su acostumbrado rincón. Pensé que al fin se habría ido. Luego de mucho buscarlo, lo vi tendido con los ojos cerrados aparentemente dormido bajo el carro de mi tío. Había huido para siempre, y su rostro de monje inteligente se veía suavemente apacible… tristemente muerto.
Papá lo enterró bajo las piedras del patio. Allá lejos… ¿ves?… en aquél montoncito de tierra que tiene arriba tantas, tantas lilas